Como aprendí arte siendo una pequeña niña

También aprendí a enseñar cuando al tiempo que recibía las primeras letras, mi abuelo me daba mis primeros pinceles y sus oleos. Aquella caja de madera tallada , en forma de libro, que cuando se abría, dejaba a la luz, no sé cuántos tubos, capaces de crear todo el color del presente , el pasado y el futuro que la imaginación podía concebir y la tela podía perpetuar.

Y qué decir del antiguo piano, donde mi madre me enseño a colocar esos pequeños deditos en las teclas de marfil y ébano y a escuchar como cada una sonaba diferente. Y luego ver en el pentagrama, donde estaba escrito el símbolo de cada sonido, al tiempo que lo tocaba y escuchaba.

Y después….a leer y a escucharme…y a escucharla…

Pero lo más grandioso: me preguntaba que quería decir eso que escuchaba.

Ella estaba introduciendo en mi la relación sonido-movimiento-comprensión, en un solo paso, que a través de los años y la práctica, continuaría con la explosión de la emoción, emanada de cada obra musical, que arrancaría del pentagrama la vivencia del autor que yo ya podría revivir dentro de mí y en el ser de quienes me escuchaban.

Y hasta aquí era reproducir…

Todo esto habría de permitir soltar los torrentes creativos capaces de expresar lo propio, de crear nuevas melodías, nuevos himnos, colmados con mis propios sentimientos, pensamientos y razón.

¿No es esta la manera de aprender?

¿No son las letras como notas musicales y los libros las obras que podemos interpretar y que nos permiten descubrir lo que hay dentro de nosotros?

¿Por qué no brota así en la mayoría de las personas?

Creo que porque es necesario abrir el mundo interior y alguien que con todo amor establezca la relación técnica-sentimiento-comprensión-emoción-creación-, produciendo el mágico proceso de:

-leer y escribir

-escribir y leer

-leer y aprender

-aprender y enseñar

-enseñar y aprender

-aprender y vivir

-vivir y crear

-crear y entender para y por qué aprendo y enseño.

 

Reflexión sobre la Primera Carta del libro de Paolo Freire “Cartas a quien pretende enseñar”

Por Maria Novello

 

 

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